Quién sabe si fruto de un condicionamiento grupal y fortuito, Aldrin y Collins han tenido a bien bautizar su tercer trabajo como Escuchas, un concepto sin duda muy relacionado con la banda, pues, si algo saben los seguidores del ahora cuarteto catalán, es que para llegar a disfrutar plenamente de su universo uno necesita eso: paciencia, atención
escuchas. Eso sí, curiosamente ha sido este EP el elegido por Gerard, Pau, David y Xavi para huir definitivamente de adornos y florituras. A cambio, se siente mucho más esa rabia latente que se intuía por momentos en sus dos primeros álbumes, dejando atrás el preciosismo e incluso la candidez que transmitía, sobre todo, su disco debut.
Aunque de ningún modo renuncian a sus raíces, a su esencia. Eso queda patente desde los primeros tac-tac-tac-tac de Aerostático, un tema que nos recuerda sus influencias innegociables. Guitarras emo y rabia alternativa se dan la mano a lo largo de este invencible comienzo al que sucede casi sin dejarnos respirar la sorprendente Escuchas, una pieza rápida punk rock de amor, espionaje y redes sociales que hará las delicias de los conspiranoicos del S.XXI. En Ailurofobia, Jeremy Enigk y el Ramon pre Garfunkel se dan la mano para, a través de una melodía elegante y una base rítmica que es pura clase, alcanzar un clímax de esos que nunca pasarán de moda.
También hay momentos para el desenfado y el costumbrismo (tan habitual en sus discos anteriores) como los de Monumentos de Parvulario, y para un tema como Contexto Histérico, que se cuece a fuego lento para acabar explotando de un modo que Dave Grohl ya quisiera para sí mismo es sus últimos trabajos. Cierra el sexteto Carbono 14, una pieza muy Aldrin, de letras crípticas y melodía compleja, para degustar con calma, cuya finalidad es tanto exigir como perdurar.
Estamos, pues, ante seis nuevos temas que son mucho más que eso: son un punto de inflexión, un revulsivo llamado a recompensar tantos años de trabajo, tablas y esfuerzo. Ahora bien, Aldrin y Collins, a diferencia de quienes les dan nombre, no quieren llegar a la luna. Lo suyo es algo más terrenal. Divertirse, seguir creando y, sobre todo, hacer ruido. Mucho ruido. Y con eso, los eternos astronautas, ya son felices.