Las maquinarias de lo metaliterario no se detienen nunca. Sus engranajes establecen comunicaciones inesperadas, afinidades sutiles que revierten, incluso, el mismísimo flujo del tiempo.
En estos relatos sobre el lenguaje, y sobre quienes dedican a él su vida, pueden encontrarse teclados nefastos, puertas secretas, autoras mecánicas, cerezas de carne, personajes mayestáticos, volúmenes diminutos, tintas inesperadas, correctores con forma de peonza y sándwiches de pepino en pan sin corteza.