Sabido es que Rudi Protrudi siempre fue más un transmisor que un creador, y que hace años que no editan un disco con material inédito, propio o ajeno, que valga realmente la pena. Han pasado de llenar salas de gran aforo a circular por clubs diminutos. Pero ahí sigue su leyenda, su marca, un eco del pasado que sigue alegrando, y mucho, el presente a sus fans más militantes. Llámenle premio a la constancia, concedamos que mantenerse fiel a tus principios también puntúa. Y pocos han defendido con tanta cabezonería como conocimiento de causa el zumbido de un fuzz. Asumido pues su estatus actual, nada mejor que viajar junto a ellos atrás en el tiempo, en un caleidoscópico tripi que permite creer, durante lo que dura la audición de uno de sus discos, que los últimos cuarenta, cincuenta años no han existido. En esta ocasión, la excusa es la edición, por primera vez en vinilo, de una grabación que circuló, en edición reducida y únicamente en formato digital, hace diez años. Hurgando en la zona oscura de su carrera, tal y como anuncia el título, Rudi ensambló piezas destacables surgidas de su cocotera y versiones escogidas entre los cientos, miles de canciones que conoce. ¿Ejemplos? «D.O.A» de Bloodrock, el «Night of the vampire»de Roki Erickson o el «Black Box» de los Morlocks, compañeras de viaje del «Come to me» que compuso Lana Loveland para su disco Reading to the Perverted y de alguna de las más brillantes composiciones de Protrudi como «Ward 81», capaces de emitir emanaciones lisérgicas
ALFRED CRESPO